Caminaba distraído como casi siempre, o más bien ensimismado en un mundo diferente al que pisaban mis pies. Giré aquella esquina como una más, y mis ojos se toparon con tu cara. En mitad de una marea de almas deambulantes que conformaban el ajetreo de la ciudad. De pronto allí no había nadie más. La caprichosa y burlona vida, me la volvía a jugar. Podría no haberte visto pasar, pero no, allí estaban mis ojos clavados en los tuyos.  Por un instante el cambio en tu expresión me confundió. Conocía cada milímetro de aquella cara, era una mezcla de melancolía, tristeza, miedo y sorpresa . Aquella mirada, acaba de destapar la enterrada caja de mis recuerdos, me dieron ganas de abrazarte, de tomar tus manos entre las mías, de acariciar tu mejilla, y te aseguro que lo hubiera hecho de no ser porque aquel brazo que rodeaba tu hombro ya lo estaba haciendo. Supongo que tu mirada imploraba perdón, o simplemente tu conciencia se vio revuelta por algún sentimiento pasado. Aun con la mirada clavada en tus ojos, como queriendo arrancar un hola de tus labios, que seguían sellados, inhalé después de mucho tiempo el aroma de tu piel al pasar junto a ti, esbozando una sonrisa. Porque entendí que la vida no estaba dispuesta a ceder. Y volví a girar la esquina que me condenaba a mis recuerdos.