Un escritor es la herramienta que usan las palabras para desenterrar su verdadero valor, que a veces queda sepultado tras una espesa capa de tiempo y de olvido; y otras veces para ayudar a recuperar su significado a aquellas que fueron forzadas a prostituirse en boca de esos charlatanes y encantadores de serpientes, que tergiversan el lenguaje, y lo que haga falta, con tal de beneficiar y engordar su poder.
A veces un escritor siente el vértigo de la hoja en blanco, porque sabe que al otro lado de esa delgada página, está el lector. En las primeras novelas un autor va soltando su corteza, pero es a partir de la cuarta cuando empezamos a saborear su auténtica sabia. Cuando el sentimiento brota en palabra, y la palabra fosiliza en escritura, alcanza un poder de otra dimensión, escapa por encima del tiempo y atesora la magia de transformar la vida de cualquiera; si en el momento en que es leída, se funde con el sentimiento con que fue escrita, venciendo entonces cualquier tiempo que distancie esos instantes.
La excusa perfecta se llama inspiración, pero un buen escritor nunca sabe de dónde saca las ideas, lo otro, es un ladrón. Bueno en realidad sí lo sabe, pero en ambos casos es feo de reconocer. Me explico reconocer que escribes lo que te dicta una voz en tu cabeza, no parece muy recomendable, a no ser que se lo cuentes a tu psiquiatra. En el segundo reconocer que la historia es de otro, pues tampoco está bien visto. Ya ves que el mundo está lleno de exigentes tiquismiquis.
Confieso, sin ningún pudor ni remordimiento, que soy un ladrón, por ahora; y que aspira a ser, como todos seguramente, no uno simple y vulgar, sino un gran ladrón. Me dedico a robar miradas, momentos, situaciones y hasta vidas. Luego junto esos trozos, espero a que con ellos una voz en mi cabeza me cuente una historia, que simplemente escribo y hago que parezca mía. Esto que parece algo simple, en realidad es una enfermedad incurable. Pido perdón a todos aquellos que sabrán reconocer, entre líneas claro, aquello que fue suyo, y apelo a su buen corazón de que me concedan su renuncia. Como dijo algún escritor, de esos que jamás debes fiarte, “ el tiempo nunca vuelve hacia atrás, no intentes hacerlo tú ”.
Me identifico con que se escribe por el placer y por la necesidad de escribir, de expresarte, de contar. No porque lo hagas mejor que nadie, ni tan siquiera hay que hacerlo bien, pero has de hacerlo cuando esa necesidad germina en tu interior y llega un momento que ya no cabe allí. Yo no se escribo para publicar, aunque ahora lo hago, porque como dijo el gran maestro Borges » Uno publica para dejar de corregir «. Este es de lo mejores consejos que te pueden dar si escribes. Explicado de una manera más simple, corregir lo que escribes normalmente es una adición difícil de superar. Pulir una piedra está bien, si la piedra es buena puede que obtengas un diamante, pero si te obsesionas con pulir, seguramente acabes desgastando por completo todo. Por desgracia esta es un vicio bastante común cuando escribes.
Si te paras a ver como trabaja un alfarero, se parce bastante al oficio de escritor, preparando ese barro, amasando, hundiendo sus manos y removiendo una y otra vez aquella masa mientras su cabeza compone la figura que se ha de liberar de allí dentro. El escritor amasa las palabras hacia las ideas, mezcla y remueve el lenguaje. Esas ideas que llevan macerando un tiempo en su cabeza, que ha ido germinando poco a poco y que ya necesitan un espacio mayor. Escribir es arrancarse la verdad de las entrañas para estamparla desnuda sobre ese inocente papel que lo consiente todo. Es rebuscar en tu interior los porqués que te atormentan, y sobre todo el por qué de uno mismo. Escribir es imaginar, es contar, es sentir y es soñar. Quizás por eso, solo se dediquen a esto los locos que esta vida se les queda corta y necesitan soñar más, vivir más y morir más. Porque ni una vida, ni una muerte, ni un sueño es suficiente para un alma atormentada.